Salgo de las tripas de Santiago. Estación Santa Ana a cambiado, aunque me reciben las mismas palomas de siempre volando en círculos. La imponente iglesia es amarilla ahora (o siempre) y recibe los único y metafóricos rayos de sol en lo alto. Se siente el aroma a naranjas recién exprimidas de los carritos callejeros de los migrantes. Ellos miran alrededor entre los vahos de los demás, como buscando a la policía que los acorrala sobre todo los viernes. Ellos está muchos más despiertos que nosotros, los obreros calificados entumidos, de finales de Junio.
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