lunes, 29 de julio de 2019

Escarabajo

Acaricio con mi mano tu mejilla y se posa un escarabajo negro en mi dorso brotan hierbas de invierno tras de ti y duermes un pájaro se deja caer desde los edificios abandonados lo pude ver desde las ventanas viejas. Las vueltas de tu pelo parecen ideas de poemas nuevos y la habitación huele a fierros oxidados o a ríos calipsos del sur No sé muy bien, el primero es real y el otro mi imaginación o viceversa. Volar, navegar como antes entre tus lunares. Cruzar, caminar con mis yemas tu piel morena. Mover, respirar nuestras palpitaciones. Soñar, besar tus sueños, vigilante. Mi pecho en tu espalda, martillea mi corazón tus costillas. El calor de las sabanas se mete en mi garganta corroída por el invierno y mi aliento que choca con tu piel devuelve el calor a mis labios. Mis ojos cerrados y vuelo, siento, respiro inhalo y muerdo tu abrigo y río, sonrío, amo y duermo.

jueves, 30 de mayo de 2019

Tres cuentos cortos para un café.


Primero

En sexto año básico, la profesora de francés nos pedía que nos paráramos arriba de nuestra silla a recitar un poema en francés, a todo el curso presente;  cuarenta y cinco niños en la sala.  El poema hablaba sobre el otoño;  sobre las hojas cayendo en un mundo de chocolate.   Las sillas  y mesas eran de madera, el piso también y el cielo de la sala a unos cuatro o cinco metros de altura, hacía de la acústica de la sala algo compleja. El eterno rechinar de los muebles, el golpeteo de las suela de la profesora y  el cuchicheo de los compañeros,  eran  obstáculos ya advertidos por la profesora.  Uno ventanales gigantes daban a la calle Santa Rosa.  Afuera y desde arriba de la silla se podían ver los enormes álamos doblándose con el viento.  Mis piernas temblaban me acuerdo.  Había que sacar la voz en un idioma que es más bien… suave.  Al terminar marcaba el cuaderno con un  “très bien” o un “Excellent” escrito en verde.  Ella explicaba que con ese color escribía Pablo Neruda y que a ella no le gustaba el lápiz rojo.  Era un alivio el término de la poesía, también el fin de la espera.  

Al salir de clases, las calles estaban llenas de hojas.

Les feuilles tombent et tombent
dans un monde de chocolat.

Este es el final del poema.  Lo demás no lo recuerdo.


*** 



Segundo

Las latas

Un gato romano se atrapó entre una latas de zinc en el patio de atrás, allá en la casa del nogal.   Lloraba de forma terrible.  El gato no era de los que habitaban la casa, era un animal joven que no había visto antes y  nunca supe si era macho o hembra.  Estaba entre dos latas que el vecino de atrás había  levantado para mayor privacidad, supongo.  Había caído justo donde las latas formaban una V.  Gritaba, rugía y no tenía donde apoyarse para salir de su desgracia, sus patas habían quedado lejos del alcance de todo y parecía que su propio peso, ocasionaba que las latas se le incrustaran a la altura de las costillas y lo lastimaran.  Me acerqué. Había que ayudarlo.  Le hablé para intentar calmarlo de alguna forma. Quería que supiera que lo ayudaría.  No podría hacerme el desentendido, como que nada pasaba y dejarlo ahí, gritando y sufriendo.    Es lo que haría cualquiera en mi posición, supongo.  Podía ver el dolor es sus expresivos ojos naranjos. Tampoco podía ir por ayuda, no había mucho más tiempo.  Me dejó tocarlo.   Me tuve que subir a unos ladrillos arrumbados para acomodarme mejor. Cuando lo levanté para sacarlo, una de sus patas me clavo cada garra en el dorso de la mano. Sentí un dolor agudo como un shock eléctrico o como una quemadura de fierro caliente.  En cualquier otra situación lo habría tirado lejos,  pero no podía dejar que cayera otra vez entre las  latas y por ayudarlo terminaría peor.   Eso lo pensé en milisegundos, al parecer. Así que, al parecer superé mi instinto y lo levanté un poco más; con las uñas clavadas en el dorso de mi mano y equilibrándome en los ladrillos.  Lo empujé al patio del vecino.  Se llevó un poco de mi piel en las uñas,  solo me queda una pequeña cicatriz.  Lo putié un buen rato, el corrió desaforado por entre los árboles y no lo vi más, así que no me escuchó.  No tengo pasta de superhéroe, pero a esa edad uno es era más humano.
  

 ***



Tercero

Bonsái.

Hace años aprendí mucho de los árboles, técnica de cultivos, formas, orígenes… Estudié el bonsái, en su filosofía, su estética, su ética, su técnica…  Aprendí nombres científicos, familias, géneros, especies y variedades.   También de sus “comportamientos” y/o reacciones.  Me aprendí cada una  de sus partes y sus formas, tipos de hojas, flores, reproducción…Me metí en los cuestionamientos y en las críticas sobre la extracción de árboles de la naturaleza para ser cultivados como bonsái.  Se decía que era como tomar un pájaro y enjaularlo, lo creí así también en ocasiones.   Me cuestioné sobre el sufrimiento de un árbol al practicar el descortezamiento o la defoliación. 
Luego de un tiempo de estudiar sus nombre y todas la técnicas, empecé a observarlos en su naturaleza, podía verlos grandes e imponentes.  Los admiré y los admiro.  Su fortaleza su perseverancia, su porfía.  Me gustaba definir su “técnica” de cultivo de forma natural, si era Chokkan,  Shakan o Han Kengai.  Todavía cada cierto tiempo, miro un árbol digo su nombre y el estilo de bonsái que tiene para crecer.  Ya casi no cuido bonsái.
Lo hacía porque me calmaba y porque creía que cada acierto y cada fracaso me ensañaban algo.  Murieron mucho de ellos cuando comencé a quedar sin tiempo.  Eso fue lo último que me enseñaron, mis pequeños bonsái. Que no puedo hacerme cargo de una vida, sino tengo tiempo.    Ni siquiera de la mía. 

Ahora, tengo un bonsái de una crassulas ovata, árbol de jade, y una portucalaria africana. Ambos exigen pocos cuidados, casi no piden agua.  Me gusta observar los árboles y me empecé a interesar más por sus habitantes. Pájaros, gatos, insectos y de alguna que otra persona, que saben que viven de ellos.

No sé muy bien porque les cuento esto.   Deben ser los haiku. 

Fragmento de artista (2 de 5) Entrenando

Los rostros tienen muchos colores.  Tienes rincones amarillos, ribetes verdes, recovecos naranjos, puntos rojos, sombras cafés y negras,  azules y violetas.  Lo que les da el color es el clima,  también el grosos de la piel y su transparencia, la oscuridad de la sangre que llena las venas y arterias que cruzan por sus rostros, los vellos de la cara, las aperturas de los poros y los lunares.  Las manchas de sol, hielo y edad.  Los surcos, las arrugas, la sequedad o la crasitud.  La cantidad de melanina producto de la herencia genética y la vergüenza y quizás cuanto más, sin contar el maquillaje.   A propósito de maquillaje, se deben considerar en detalle la boca.  Las bocas. Las bocas tienen distintos volúmenes, algunas son carnosas otras secas, otras rotas, marcadas con cicatrices de peleas antiguas,  pintadas con labial sexy,  manchadas de tabacos, alcohol y besos.  Algunas tersas y deliciosas. En lo personal,  podría mirar siglos su humedad y los delicados pliegues que tienen,  para saber cómo imitar el color y la textura con el pincel o  a veces, con mi  propia boca.  En esta ocasión no hablaré del sabor eso es otro fragmento.  Otras bocas son chuecas, deformes y arrugadas.   Distorsionadas y enfermas, mentirosas, calumniadoras, pecadoras y oradoras a la vez.  Son hermosas, cuando cantan una canción o cuando besan, o cuando se entre abren despacio en el clímax, y a la vez cierran los ojos.  Los ojos.  Los ojos son todos distintos, complejos, son difíciles de mirar. Hay que tener suerte para mirar ojos sin ser vistos.   Las configuraciones que los componen son huellas únicas, a veces inverosímiles, también están los que mienten, esconden y traicionan.  Los colores de los ojos son particulares, pero hay que estar muy cerca para verlos bien.  Pocas cosas pueden imitar su brillo. Todos brillan, salvo los que ya no tienen vida. Brillan y reflejan tu propio ojo cuando los miras.  Debes entrenarlos,  debes mirar, debes ver los colores.   Sin que te vean.  Sin que te vean, porque te  puedes enamorar de una mirada, de una boca o de su piel.  Te convierte en polilla y te estrellas cuando brillan.  

Fragmento de artista  (2 de 5)

30.05.2019

Verbos Modernos


Exagerar, 
la letra electrónica de ovejas masivas.
Cuantificar,
las mentiras piadosas, la letra chica.
Clickear,
las imágenes pixeladas, desenfoque general.
Revisar,
el correo, mail a mail.
Escanear,
mis vertebras con zumbidos.
Oír,
el sonido del Planeta Salvaje.
Priorizar la humanidad.
Deconstruir la poesía.
Salvar y Guardar la música,
Comer la musa,
Matar la mufa,
Tocar las fusas.
Verbos modernos,
palabras sin viento
sin tinta
sin hierros,
sin yerros.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Fragmento de artista (1 de 5)

La crónica roja alimenta el morbo. Las polillas revolotean exasperadas para chocar de frente con las ampolletas que anuncia la piel escarchada de una chica en microbikini y estrellas en los pezones. Vuelan atolondradas las polillas entre neones y ultravioletas, como si solo tuvieran esa noche de verano para reproducir su especie. Los colores de la ciudad confunden sus delicados sistemas de orientación. La percepción distorsiona tanto que son capaces de cruzar el fuego, quemando sus alas, para conseguir lo establecido por un sistema que las necesita, pero pareciera odiarlas.


Charcos de sangre, fluidos de cortes perfectos. Las polillas enceguecidas chapotean en el charco con sus alas quemadas de tanto sexo químico, en los aires tibios de un verano. Se ahogan en el charco, sin saber siquiera que son mariposas nocturnas, que no necesitan de lindos colores, por que nadie las ve, salvo cuando chocan con las ampolletas o las llamas directamente. Nadie les llama locas por eso.

Fragmentos de un artista
1 de 5
29.05.2019
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