martes, 24 de marzo de 2015

Sentimientos Encontrados

Sonaba Shock de Anita Tijoux en mis audífonos, mientras caminaba por San Diego.  Un par de estudiantes del Instituto Nacional habían subidos en un muro alto por arriba de una puerta metálica,  con una palo largo y un tarrito amarrado con un hilo también largo, pescaban monedas de las personas que pasaban, monedas para la toma decían.  Era como una pesca milagrosa, y el tarrito sonaba cuando ellos lo movían, se veía simpático, irónico según yo.  Las micros y sus bocinazos hacían retumbar el paso bajo nivel que atraviesa la Alameda. El olor a lacrimógena todavía se podía sentir en mi bufanda y yo buscaba donde comprar un paraguas al paso, aunque no estaba seguro si comprarlo, tenía ganas de mojarme un rato.  La caminata sería larga aunque por decisión propia.  No sé en realidad si fui yo el que eligió no tomar el metro y caminar hasta pillar la micro, es que después de gritar tanto y sentir esas emociones, era como apagarlas aplastándolas en el metro, sumergirlas, tragártelas una vez más, me pasaba lo mismo que con el paraguas, prefería sentir la lluvia.  Creo que la rabia pone los sentimientos a flor de piel y podía sentir el olor de mi bufanda, sentir los músculos de los muslos moviéndose, el pavimento en mis zapatos de suelas delgadas, pisando o no las líneas de la vereda, sentir la lluvia. Quería caminar, disfrutar y pensar, y que rebotaran en la conciencia un rato más, los gritos.  El bajarme en Baquedano como una decisión de último minuto y sumarme a la marcha había sido una buena decisión, quizás en otro momento todo lo anterior me hubiese molestado.
            Avancé por San Diego y comencé a sentir un olor a quemado, humo negro se veía detrás de la esquina que venía, Tarapacá, crucé al frente con mi extremada y aburrida prudencia.  Al mirar, había una micro que comenzaba a arder desde la rueda delantera, estaba casi atravesada en la calle, se sentían gritos desde el otro lado.   El movimiento de las pequeñas llamas era lento y tenía un sonido de centenares de pequeños clics, caminé lento para mirar y guardar los detalles, se tiznaba de a poco la pintura y me quedé en la esquina a mirar. Varios fotógrafos aparecieron en la esquina, yo tenía ganas que prendiera más, que se formaran llamas enormes, pero a la vez sentía que se podían quemar las casas cerca o pescar el árbol y tomar el edificio.  Se podían quemar los cables y quedar a oscuras.    Sentía sirenas a lo lejos, y más cerca se escuchaba el eco del tronar de las piedras al reventar los vidrios del armatoste en llamas.  Escuchaba como bajaban las cortinas y ponían candados, entre cuchicheos y puteadas soterradas a los culpables, también escuche al pasar algunas risas. Que bueno hue’on, así nos vamos pa’ la casa temprano, dijo un hombre al pasar por mi lado en la  esquina.   
Tenía sentimientos encontrados.  Es el miedo pienso, el miedo acostumbrado, el miedo del control de antaño, el que introdujo la iglesia y las normas de la escuela de la Sociedad de Instrucción Primaria y que yo tanto las quería, a ambas,  y que ahora  entre más las conozco, más las critico, a veces creo que terminaré aborreciéndolas.  El control de la milicia creo que no me hizo mayor daño, no me introdujo tanto miedo, todo lo contrario, me puso más valiente y sé que puedo ser capaz de algunas cosas que sin haber estado en la milicia, no me hubiese enterado nunca.   Ahora que escribo y releo esto último, suena bastante feo y creo que me debería dar al menos un especie recelo.  Vivir en población y volverme mayor en ella puede ser que me haya hecho un miedoso. O tener un hijo, eso si da miedo, en realidad no es miedo, es más bien responsabilidad por que sabes que alguien depende de ti, lo que te hace más cuidadoso o en realidad, es el discurso que escuchado un montón de veces y que quizás terminé creyéndolo, por que suena lógico.    
La micro se quema ahora por el centro.  Del otro lado del micro, yo nos los veo, solo los escucho, pero  hay jóvenes que combaten con los pacos a piedra y garabatos, ellos también a piedras y con agua del guanaco.   Escucho los perros, parecen muchos por el eco y no han vuelto a lanzar gases por suerte.  Ya retrocedí varios metros,  ya que,  vi pasar más de una piedra que tiraron los mismos pacos.   Miro la micro, miro el fuego y siento esa especie de hipnosis que produce.  Salgo por un respiro y digo para mi, ojalá y se queme toda esta hu’eá, ojalá y se reviente toda esta mierda. Y se me pone la piel de gallina, parecía que podía sentir como se paraban los pelos y como se habrían los poros, desde el centro de mi estomago subía por las tripas una lagartija de emociones, una especie de rabia mesclada con alegría, no sé si adrenalina quizás.    


Todavía queda algo de culpa.  No sé qué canción sonaba en la radio, tenia puestos los dos audífonos, pero hace rato que no escuchaba la música. Me los saqué y volví a caminar. 


Octubre 2013


Protesta por la muerte de un dirigente mapuche a manos de carabineros. 2013
Marcha 2013

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