miércoles, 13 de julio de 2011

Viejo Perro

Al mirar a la esquina esa tarde, vi gente que miraba hacia “Toro de Zambrano”, yo llevaba dos marraquetas dentro de una bolsa plástica bajo mi brazo, un cuarto de comida para ti y mi humor de día sábado de primavera en mis patas de gallos y mis juanetes. Iba a tomar once a la casa, tú eras el único que estaba invitado.
A veces pienso que estoy un poco loco al hablar contigo y más todavía escribir como que hablo contigo, esquizofrénico dijo el doctor la semana pasada.  Ni si quiera sé, qué trata esa enfermedad, pero entre la hipertensión, la diabetes y la artrosis y a esta altura, me da lo mismo lo que diga el matasanos, al final de algo hay que morir.
Bueno como te contaba, miraba hacia la esquina y de repente, a lo lejos escuché tambores y trompetas y en eso mismo, una patota de cabros chicos corrió doblando la esquina, tú  saliste detrás con  tus amigos y corrías por la calle rápido y como asustado, yo intenté apurarme, pero como siempre entre más me apuraba, parecía que menos avanzaba. Me llegó a dar calor mi apuro, lo que me recordó que ya no es tiempo de tanto chaleco grueso y el hueso de mi cadera derecha me recordó también mis setenta y dos años.        
Llegue a la esquina y mire allá hacia el semáforo y vi un lienzo escrito con letras rojas, anunciando la ruidosa alegría de esta época.  Esa época linda cuando los árboles se cubren de hojas y gorriones y el sol entibia el suelo y un poco también los ánimos, pareciera que todos andan de mejor humor, todo huele a aromos y acacias en flor. Te has dado cuenta en el aroma que se respira en esos días. ¿Será en todos lados igual?, yo de patiperro como tú en todos mis viajes, no he sentido ese olor en otro lugar, parecido pero no igual, bueno quizás la edad le da esa habilidad a uno.
Cientos de personas avanzaban lentito por “Estrella Polar” hacia mí, yo me quedé en la esquina y te grité un par de veces más, pero tú ni siquiera te diste vuelta. Y ya en la esquina comenzaron a pasar frente a mi, varias jóvenes con celestes y pequeñas faldas llenas de vuelos blancos que se movían al mover sus caderas y sus piernas tersas y brillantes, se movían con gracia bailando, aplanando el pavimento mojado y manchado de pintura blanca. Las palomas volaban arrancando del entramado de cables y ramas de árboles desordenadas, arrancaban del retumbar de vientos de bronces y bombos. Sonaba un pito y yo lo buscaba en las bocas de los bailarines y luego, miraba los cascabeles en las botas de los caporales, pisan fuerte el suelo, a mi me dolieron las caderas solo mirarlos. Y tú te me perdiste, perro de porquería, ¿Dónde te habías metido?
Que preciosas eran las sonrisas de las muchachas que me miraban a los ojos y yo me sonrojaba por dentro. ¿Las vistes tú?
Después de los bailarines, venían los músicos, todos de blanco y sombrero negro.  En mi vida no le había puesto tanta atención a como sonaba la tuba, ahora estaba a dos metros y pucha que es importante ese instrumento.  Me hubiese gustado haber aprendido a tocar alguna de esas cosas. Yo estaba metido en las teclas de las trompetas y la tuba y en eso, unos ojos preciosos tras un antifaz rojo con plumas, escarcha y lentejuelas plateadas, me miraban alegremente. Me encanta cuando los ojos sonríen. Luego un muchacho joven giraba una matraca y me sonreía también.  Puse mi bastón bajo el brazo y me puse a aplaudir ¡Mierda!  Trataba de seguir el ritmo con las palmas, pero es difícil con esos ritmos tan rápidos.  Tú sabes que yo escucho tango, los partidos y la “Cooperativa”.  Que vas a saber tú.    
Otra patota de niños paso por al lado mío, tenían todos cara de juguete y su sonrisa era extraña, yo creo que ellos no se daban ni cuenta de su felicidad, a mi me hacia feliz verlos así, con sus caras pintadas.
 ¿Escuchaste los tambores? En un momento sentí que mi corazón le seguía el ritmo   y que marcaba el paso de la  fila interminable de esas bellezas. Había poleras que llevaban marcadas palabras y frases muy sentidas, letras que denuncian las injusticias de siempre.  Yo creo que podemos decir, que aún así, con todas esas injusticias colgando del cuello, aun así con todo lo que nos han hechos, con todas las cagas que se han mandado, todos los políticos, empresarios y todo aquellos que nos han comido un poquito de pulmón. Aun, con todo eso, somos felices y ¿sabes por qué? viejo perro.  Por qué queremos y tenemos tiempo o nos damos el tiempo para hacerlo.  La felicidad perrito lindo, muchas veces es una decisión que hay que tomar.  Y cuando no se tiene tiempo, no se puede ser feliz.  Esos señores pueden tener poder y dinero, pero muchos de ellos no tiene tiempo para disfrutar, porque están ocupados de obtener más poder y dinero.
 Ver a los niños y sus rostros pintados de colores vivos, parecen reflejar en la lentejuela de sus ojos, la razón de todo este movimiento.  Me acordé de mis tiempos con eso, de todas mis marchas y los zapatos que gasté, y la rabia y todas las chuchadas que grité al viento.
Me decidí a escribir y a contarte esto, me siento acompañado ahora, papel y lápiz necesito y que tú me escuches. Viste huevón, si estoy loco.  Me acordé de mis tiempos, donde me las daba de escritor y creíamos con mis amigos que podíamos cambiar el mundo.  Fueron buenos tiempos.  Mis recuerdos son con cariño y no con pena, ni menos decepción. Porque, en ese minuto cuando sonaba la zampoña y un chinchinero giraba entre la gente que sonreía y aplaudía, cuando los gritos de los tinkus y sus trajes de hilos y lanas tejidas con paciencia de pueblo ancestral bailaban agachaditos. En eso se me cayó una lágrima por dentro de la garganta y me di cuenta que en algo cambié el mundo.  En realidad, cambié mi mundo, porqué se lo entregué a los demás. Cambié mi mundo interior, porque me siento feliz de haber hecho lo que hice, de haber marchado por lo que marché, de haber estado en las tomas que estuve.  De entregar lo que entregué, y que mi mano derecha no haya sabido y no sepa, lo que hizo la izquierda.
Cuando escuchaba al hombre que con un megáfono gritaba versos que rebotaban en el ladrillo, me acordé de los poemas y libros que quemé por miedo, en los tiempos oscuros, me pregunto qué hubiese pasado si hubiese mostrado todo lo que escribía clandestinamente, pero ahora escribo y no tengo nada que perder,  mi mundo ya cambió, mis hijos están mayores y tienen sus propios hijos, ellos deberán cambiar el mundo de nuevo. Ahora disfrutare un rato el placer de escribir los recuerdos para que alguien más los lea, me aprovecharé del placer de contar historias y  esperaré escribiendo el otro carnaval y tú mi amigo ¿Me acompañarás? ¿Al menos un ladrido? ¿Tienes ganas de cambiar el mundo o de escuchar las viejas historias de un viejo como yo? ¿Qué pasa viejo perro?


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