sábado, 25 de febrero de 2012

Ruidos


            Yo dormía en la misma pieza que mi hermano, pero en ese minuto no dormíamos. Era una mañana de verano muy calurosa, quizás las diez.  El todavía acostado, tocaba su guitarra que le habían regalado hace poco, esa guitarra hecha a mano en la cárcel, se supone que no sonaba muy bien, pero mi hermano le sacaba buenas sonidos y canciones. Cantaba bajito como tatareando. El ruido de un televisor IRT en blanco y negro, se mezclaba con sus canciones y una pelea de gatos en el techo hacía retumbar las latas.  Nuestra pieza, como caja acústica, amplificaba el sonido de los zinc chocando entre sí y los rugidos, chillidos de los animalejos allá arriba.  Hacía un calor intenso, más que lo tibio de las sábanas, yo creo que ya eran las once.  Yo dormitaba destapado,  escuchando la televisión y a mi hermano. 
            Un bullicio escuché afuera, abrí los ojos y me di vuelta como para escuchar mejor, me quedé viendo la televisión, pero con mis oídos atentos al ruido extraño. Nuestra madre se paseó por enfrente de nosotros con una escoba en sus manos, paso en un sentido barriendo y luego en el otro. Luego, limpió con un paño húmedo la tele, mientras yo todavía la veía. La bulla en la calle se seguía escuchando, nuestra casa no era muy grande y las paredes de tablas no eran buen aislante del ruido exterior, así que, podíamos escuchar sin mucho esfuerzo gente en la calle gritando, no sabía qué.  Por el eco que se producía en los pasajes, tampoco podíamos adivinar desde que calle provenía el ruido, si la de enfrente de nuestra casa, o la que daba hacia atrás.  Ese día, como todo domingo, debía estar instalada la feria en la avenida principal, así que el ruido podía venir de los vecinos con sus carros o carretones de manos, oxidados y chillones, arrastrándose por los pavimentos carcomidos del pasaje, o quizás los mismos pregones de la feria libre.  La verdad a mi me extrañaba ya el ruido, mi hermano seguía con su guitarra y la televisión daba aburrido programas culturales de día domingo.
            El ruido afuera, se hizo más grande y extraño, mientras estaba tratando de adivinar el origen del ruido, haciendo a un lado los otros sonidos,  mi madre volvió a entrar a la habitación. Bajo el volumen de la tele y dejó la mano en la perilla, le hiso un gesto a mi hermano para que silenciara su guitarra. El paró de golpe su instrumento y se quedó en silencio. El ruido que provenía de la calle  se escuchaba ahora más nítido.  Ella, mi madre,  escuchó atenta algunos segundos, se dirigió lento al patio dejando bajo el volumen. Yo y mi hermano nos miramos entre la semioscuridad de la pieza, se escucharon sonidos de tabla atrás en el patio, donde estaba ahora mi madre, y ahora sí, muy claros se podían escuchar varios gritos de mujeres desesperadas, no tenían nada que ver con el mundo de la feria, se escucharon dos tiros al aire, fuertes y secos, seguidos por un motor acelerando y  varios perros ladraban.  Yo estaba asustado y me tape todavía en mi cama calurosa.  Mi madre asomó la cabeza desde la puerta que daba al patio y nos dijo con un gesto que nos quedáramos ahí.  Unos segundos después entró a la pieza y le dijo a mi hermano que se acostara conmigo, mi hermano de un salto dejó su guitarra apoyada en la pared y se acostó a mi lado.  Un muchacho en calzoncillos entró apresurado a la pieza, alto como mi hermano mayor, me pareció reconocerlo, mi madre le ordenó - Acuéstate ahí- apuntando la cama de mi hermano, él se acostó, se tapó y no dijo nada, yo miré y tampoco dije nada, mi hermano tampoco.  Mi madre entró a la habitación otra vez, dio el volumen al televisor y tomó nuevamente la escoba. 
            Un instante después, mientras yo ya me había entusiasmado con los dibujos animados que daban en el televisor, mi hermano estaba inquieto, no sabía muy bien donde estaba mi madre, pero en eso minuto, vi pasar por frente de mi cama a dos tipos adultos uno vestía una chaqueta de cuero gastado, jeans, lentes oscuros, su pelo liso y peinado a un lado, llevaba un brazalete de verde fluorescente en el brazo, caminaba a paso normal sin apuro por enfrente de mi cama, algo llevaba en la mano que escondía y no lo conocía, no lo había visto nunca. Atrás, el otro sujeto, venía algo mas apurado, no alcancé a ver los detalles en él. Su rostros eran serios, parcos y solo miraba hacia el frente.
            Después de unos minutos entró otra vez mi madre a la habitación y dijo- Ya negrito, váyase para su casa-. En ese minuto lo terminé de reconocer como un vecino de la calle de atrás, de la edad de mi hermano, unos quince años.  De seguro yo sabía leer mejor que él, no era un muchacho de escuelas, su vida era la calle, yo no pregunté nada en ese momento.
            Después que se fue, haciendo sonar otra vez las tablas del patio de atrás, sonaron una vez más las planchas de zinc del techo, esta vez eran pasos apresurados, unos segundos después reventaron el silencio otros dos tiros al aire.  Mi madre se sentó un instante en la cama, respiró profundo paso su mano por el frente y luego por la nuca, mi hermano volvió a su cama, ya no tomó la guitarra en esa mañana y yo me levanté.

Sentido Común


El sentido común me diría que si escucho un río y pienso que él me habla, se diría que estoy loco, insano, perturbado o más bien “piteado”.  Es raro, pero no sé si es una esperanza escondida o en verdad lo creo, a veces incluso creo tener pruebas que existen pensamientos muy parecidos al mío. Otros que escuchan el río y que no lo dirán por que suena cursi, porque esas cosas no se dicen, sin embargo, creo que les dice lo mismo que a mí.       


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