jueves, 28 de noviembre de 2013

Ojos Muertos

Bala oculta en las orillas y en el centro
metal torcido en la pupilas bien adentro
incrustada negra como la memoria
color negro y gris de la farsa de esta historia
cientos de fotografías colgadas en las paredes

Bien adentro en la pupila, la esquirla ardiendo
disparada entre las banderas estrelladas 
desde las manos y los uniformes valientes
cientos de palabras y miradas en reojo 
cientos de fotografías colgadas con letras en rojo

Fuego en el canto explota el decibel
y la historia mintiendo  una y otra vez
entre humos y el agua podrida mintiendo
entre las palabras la verdad va corriendo
mientras sangra a borbotones lo que queda del ojo
se mancha la calle otra vez del cálido rojo  
un tuerto sigue viendo
más que mil ciegos mintiendo


Bala Loca

lunes, 18 de noviembre de 2013

Olor

El olor no es a muerte, la clínica huele a sucedáneo de limón
como para morirse de gusto dijo Lihn
A muerte huele el metro, huele a zombi con y sin corbata
a baranda dirían en Argentina...
Y el Transantiago huele a rabia, ese sí que huele mal

Que me toque no mas el sol

Si he de morir de algo, entonces pienso
que me toque no mas el sol, con su vida

Nosotros somos más que la corona de espinas del desierto, Zurita
nosotros somos la corona de espinas de la última-única semilla de Rojas
el Sol, padre y semilla a la vez
del Desierto de Atacama y otros cuantos
sino somos eso, mejor nada
esto último es más probable
y la cruz, la cruz el continente entero
que me toque no mas el sol

miércoles, 13 de noviembre de 2013

A ellos

A ellos,
los normales de siempre
los que dictan las reglas
los que dicen que sí y que no
aquellos amables
correctos de siempre
esos de doble moral
que se asquean con la marihuana
cuando están en público
pero que se acostarían con mil  y una putas
a escondidas
en las noches cobardes
para mañana hablar
de la importancia de la familia
y la indecencia de los vicios

A ellos,  
les digo que yo no soy un rebelde
se reirían de mí
aquellos rebeldes de verdad
me río yo mismo de mi

Yo no soy ningún de esos
no moriré como Víctor
ni como Dalton
soy más como un Pedro,
me crucificarían de cabeza
si es que fuera necesario

Ni si quiera soy tan valiente
para suicidarme
como la  Viola-violenta,
más valiente es mi sombra
ella se estira larga
entre las piedras filudas
y acantilados de mentiras
o encima del asfalto hirviendo
de aguas estancadas
en la cuneta
y la basura

Escribo en la oficina
mientras creen que trabajo
y rayo dibujos por la parte de atrás
en las cartolas del banco

No soy ningún rebelde
opino porque tengo boca
y desde el sentido común
esto último es fácil
inténtenlo

No soy nada de eso
que ustedes piensan
pero si, respiro profundo
profundo
hasta que me da una puntada en la costilla izquierda.

Quizás en algo tengan razón,  

tampoco soy normal.

El Richard


Sus ropas anchas y blancas casi reflectantes, desentonan en  una población gris y ocre oxidada como esta.  Sus marcas deportivas relucientes y siempre a la vista. Su papada afeitada, ni un bello se le asoma, si hasta parece un niño, pero sabemos que no lo es, mató por primera vez a los 15 y ahora ya tiene el doble, el doble de edad y el doble de muertos en su espalda, y el doble de peso.  Me da asco. 
Reluciendo, siempre  el estúpido peinado que mantiene yendo cada semana a la peluquería del Maricón Salvo, córto a los lados y atrás, rapado que se vea hasta la piel, y un centímetro más largo arriba en redondo, como una aureola, o como una sopaipa, dicen los cabros chicos.  Desde aquí puedo ver brillar el gel. 
Lleva siempre dos cadenas, cordones gruesos de oro y plata que le cuelgan del cuello y que desentonan con la pobreza del barrio, a todas luces lo delatan, pero la policía no se da cuenta de eso, ni siquiera les parece sospechoso cuando lo saludan por las noches. Tampoco sospechan que no trabaje y que aparezca en la tarde después de almuerzo a pararse un rato en la esquina, frente al carro policial. No sé quién de los dos es más estúpido. Me gusta el detalle ese, que en la cadena de oro, cuelgue el Cristo bendecido por el cura párroco en el bautizo de su hijo al cual le llamó Jesús, el Cristo que se mece en el bamboleo del pecho del idiota, como buscando protección, el Cristo brillando al sol. 
Allá viene, su mano izquierda en el bolsillo y la derecha fuera balanceándola, larga, tendida, como inerte, varios anillos le brillan en sus dedos gordos y limpios.  El cuello un poco torcido, quizás le pese el arete de brillantes falsos en el lóbulo de su oreja.  Y una leve, casi imperceptible, cojera,  que yo no podría decir de cual pies proviene o cual cadera.  Me produce repugnancia o más bien vergüenza ajena.
Viene a mi casa,  mi perro le hizo pedazos dos sacos de cemento y los viene a cobrar.  Al menos no le debemos droga.

***

Cuando estuvo cerca de mí, pude ver que bajo su blanca polera en la cintura del pantalón llevaba un arma, debe haber sido una pistola,  debe ser por eso que camina extraño, como cojeando, con sus patas de alicate casi como jinete del oeste, salido de una película gringa.  Debe molestarle la cuestioncita metida ahí, entre sus royos de piel y la entrepierna, quizás se les resbala de puro sudor la pistola entre los calzoncillos.   
Cuando hablaba no modulaba bien y no entendí mucho lo que dijo,  hice el esfuerzo, pero la verdad, la saliva blanca que se le acumulaba en las comisuras de su boca seca, me distraía.  Preguntó por mi mamá finalmente. Le dije que mi mamá no estaba. Preguntó a qué hora la podía ver.  Yo le dije que en la tarde, después de las siete, que ella trabajaba.  Eso último lo dije con cierto énfasis. No creo que el idiota lo notara.  Se despidió diciendo algo que no puedo escribir, no por autocensura, sino porque fue un sonido gutural, extrañísimo y no estoy exagerando.

***

Tengo catorce años, el no tiene idea que yo también tengo un arma y que ahora lo destrozaré con palabras.



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