jueves, 31 de marzo de 2011

El Carro en el Tunel


Se apagó la luz rápido en medio del túnel, el tren freno rápidamente pero sin brusquedad, mientras se detenía se prendían parpadeantes y tenues las luces de emergencia.   Los frenos se quejaron por última vez con un sonido agudo, que rebotaba en el túnel.  Cuando finalmente el carro se detuvo, se sintió un murmullo generalizado, que solo denotaba inconformismo y una preocupación entre dientes, solo gente que iba acompañado comentó con más confianza, pero de todas formas eran contadas las palabras completas que se podían escuchar.
La soledad de toda esa gente apretada, buscaba un comentario en el otro que a su vez espera al otro, que dijera algo.  Las personas miraban hacia afuera, pero el reflejo impedía el horizonte, rebotando en contactos visuales con los otros, los cuales, no estaban seguros si los miraban, de todas formas si alguno de ellos, unos u otros sospechaban de un contacto visual, giraban rápidamente su vista buscando un espacio vacío de ojos, un espacio solo y así poder volver a su soledad de aglomerado, prefieren la publicidad del carro, el cielo, el túnel o mejor aun el piso y sus zapatos.
Una muchacha de ojos claros, soplaba su pelo como para enfriar sus nervios, secaba el sudor de sus manos en los pantalones, para luego apretar fuerte un par de libros grandes contra su pecho.  Una señora con cuatro bolsas plásticas, llena de paquetes abultados, jugaba con sus collares plásticos y se movía tensa y cíclicamente molestando a un escolar que ponía caras de asco y miraba por la ventana hacia el reflejo o la nada, cansado y con cara triste.  Entre los hombros y los cabellos, un hombre secaba sus transpiradas sienes, acomodaba  repetidamente el cuello de su camisa y el nudo de su corbata violeta, sin atreverse a sacarla de una vez y a ponerla en su bolsillo. Fueron los únicos que me miraron por menos de un  segundo. El calor se hizo más intenso, no funcionaba el aire acondicionado o si funcionaba estaba sobrepasado de gente, las pequeñas ventanas redondas solo se podían abrir un poco, me imagino que por seguridad.   
En el silencio del murmullo, se escucha un pitido agudo, que rebotó en el túnel. Una voz suave y seca transmitió por los viejos carros del tren– “Estimados pasajeros: la detención inesperada se debió a un corte general de la energía eléctrica en las líneas, estamos restableciendo la energía, para continuar cuanto antes con el viaje”  - otro pitido cerró el mecánico monólogo.  Otras dos o tres palabras se escucharon entre los dientes de los murmuradores pasajeros. Todos volvieron a sus pequeñas rutinas, que ya habían establecido en el ínfimo  lugar.  El calor se hacía más intenso y la muchacha de ojos claros, ahora respiraba con dificultad, mientras seguía soplando su pelo que le cubría un poco sus ojos.
 Pasaron dos minutos que definitivamente es mucho tiempo, en este cuadro.  Uno joven subió la música de su reproductor, y el sonido salió más allá de sus oídos, mientras golpeaba el pasamano con las yemas de sus dedos y con la otra mano golpeaba su muslo, en un ritmo frenético y a destiempo, cerraba los ojos y movía su cabeza, el nos hacía desaparecer a todos. 
El pasamano del centro del carro, estaba lleno de manos que evitaban tocarse entre ellas, manos sudorosas de señoras acaloradas,  manos de hombres sin anillos, ni reloj, llena de pequeñas cicatrices oscuras, manos de escolares con pulseras de cueros, hilos, nudos y nombres.  
Un sonido de motor se encendió, otro murmullo más comprimido contra los dientes,  el aire acondicionado daba un respiro y esperanza de avanzar luego, yo saque mi cuaderno mientras las luces se prendían y subían la luminosidad celeste y crema.  Deje de mirar y sacudí un poco mi mente, pensé en llegar luego a casa y el tren comenzó a andar mientras un suspiro muy suave casi imperceptible se sintió de los pasajeros, tome mi lápiz y mientras escuchaba el aviso de la conductora  - “Próxima estación Baquedano, lugar de combinación con Línea 1“ – yo  escribía mientras el carro se metía en la estación.


"A casa

Decenas de pares de ojos oscuros,
glaseados de esperanza de llegar a casa
desfilan repetidos tras las ventanas redondas
de celestes violáceos y luces blancas.
Mi reflejo en el espejo, del túnel oscuro
me recuerda el trabajo pendiente en mi casa
el beso que me espera de entrada
y mi almohada de sueños cocida, descansa."

Santiago, 3 de Marzo 2011


martes, 29 de marzo de 2011

En el balcón de enfrente

Como una pelea de ideas dislocadas
eternas, desordenadas y enfermas,
cruzas de esquina a esquina
tus distintas siluetas.

Entramado de ramas y espinas
en balcones fracturados.
Ocultan ojos  cercados
pensamientos y
ruidos molestos.

Ojo oscuro ,
una jaula
tu silueta, 
Y una rama.

martes, 15 de marzo de 2011

Viaje de Vuelta



En mi viaje de vuelta,
el dolor no se puede ver entre bosques de partidas,
detrás de los ojos lágrimas, miras otras vidas.
Tomar tu esperanza vida sin miedo, sin prisa.
Besar tu palabra boca, desnuda e ingeniosa.


A mi lado,
seguiré de viaje con la soledad en carne viva
la máquina del camino, no tiene otro sentido.
Mi sol y nubes grises, guardan la lluvia luz del rigor.
Ilusión de siempre y ahora, marca el reloj del olvido.


Ahora,
Se acabó el tiempo eterno en blanco y negro,
con pájaros desterrados en los cercos huecos,
árboles ordenados se reflejan en mis espejos
y el azul se vuele gris entre mis recuerdos.

Camino desde el Norte Pichidangui


Mentiras de Plaza de Armas

El mentiroso en su paraíso dice la verdad y no le creen,
mientras el gato a grafito tempera,

se mueve,
sigiloso y enorme,
mentiroso y deforme.

Elevan vuelos los tristes pájaros de color gris
de interior rojo óleo carmín y seda.
Mentira,
vuelos en masa,
en la pequeña plaza.

El pintor traza mentiras en la catedral feliz, sin fin,
y la estatua humana no se mueve más.
Sin mirar,
pinturas de rezos
estatuas de huesos.

Miento también yo, en este banco de árbol sincero,
ya vendrá a buscarme
y yo le he dicho que la quiero,
sin miedo
de nuevo.


Plaza de Armas, Santiago Chile

viernes, 4 de marzo de 2011

Soplón

En la rejilla del metro estaba el papel arrugado, enganchado con unos alambres de púas, ahora no tenía importancia, él se había liberado de ese estúpido mal entendido como había dicho Gabriel, su jefe directo.
Para él no había mal entendido, el contrato ahora destruido decía claramente, que él no debía matar, que su función era de simple soplón, informar a la CNI de los movimientos, anotando patentes, números de casa, números de teléfono, itinerarios y hasta lo que comían ciertos sospechosos. Revisar cuentas, y averiguar cualquier estupidez que se le ocurriera a Gabriel, pero no matar.
La infiltración era parte de sus funciones, pero nunca hablaron de cometer ningún delito, si solo se lo hubiesen insinuado jamás subiese aceptado, él se lo repetía una y otra vez, le preocupaba ese tema, sabía que en el algún minuto este trabajo se acabaría, por aquí y por allá se había escuchado de secuestro y torturas, pero él no creía en eso. Ya se estaba revolviendo tanto la olla, que a veces salían a flote una que otra cabeza de pescado, pero prefería seguir haciendo el desentendido.
Tenía claro desde un principio, que solo necesitaba trabajar y como le decía su madre, él quería llegar a su casa y poder abrazar a su pequeño hijo sin remordimientos y con la conciencia limpia. Cada vez que llegaba a su casa y besaba o abrazaba a su niño, se acordaba, como una espina en el sien, de las palabras de su madre y así internamente cada tarde medía su nivel de conciencia, como un examen de culpa.
En la mañana de ese día, cuando quiso quejarse, Gabriel no lo dejó, e incluso le ofreció unos bonos medios extraños, le dijo que tenía unos televisores que debía ir a buscar y si él lo acompañaba se quedaba con uno.
Ahora, se le revolvía el estomago solo pensar que esa tarde aún con el contrato roto, arrugado y en el piso irían a buscar a Sergio, un militante que había seguido muy de cerca, una persona a la cual él no le había podido comprobar ningún delito, ninguna falta, no había conversado con ese fulano, como él le decía. Sin embargo, lo conocía y había vivido un poco su vida. Que hacía, con quien comía, muchas veces se subió al metro y a los buses con él. Sus manos se llenaban de sudor tibio cuando pensaba en el destino de ese sujeto. Andrés Jorquera el verdadero nombre de este pobre imbécil se le repetía mentalmente, mientras alimentaba el odio por Gabriel. Quería llegar luego a su casa, abrazar y jugar un rato con su hijo y dormir lo que quedaba de la tarde y no pensar en nada, quería ver a sus hermanos y a su madre, olvidar y volver al quiosco a vender revistas y cigarrillos sueltos, por muy miserable que fuera vivir del sencillo de otros, sus entrañas no los dejaba respirar, su dedos temblaban como su conciencia.
Cuando le gritó en la cara a Gabriel su renuncio, se sintió aliviado, pero de inmediato quiso llegar a su casa, desaparecer de ese lugar y aparecer debajo del nogal de la casa de su madre, no quería entender ni que lo entendieran, quería su libertad de espacios cerrados, la seguridad de su familia y un beso tibio de su hijo.
En eso, camino a casa muy decidido y apurado, nervioso y temblando, explotaron en vuelo las pocas palomas a la entrada del metro y con sus ojos rojos de rabia quizás, sintió el disparo de una cámara fotográfica, un hombre corriendo escaleras abajo. Un dolor intenso en la espalda y en su pecho le impedían respirar, el buscaba en su bolsillo las monedas para su boleto, mientras miraba hacia el fondo y el hombre que corría desaparecía. Su camisa se manchaba y las costillas se le apretaban, él intentó llegar con su mano para tocar el dolor y sus monedas se cayeron rebotando sordas en la escalera cubierta de goma, intentó llegar al pasamanos, la gente bajaba y subía a la estación del metro, todos con lentes oscuros, su mano le mostró su vida en sangre, mientras él habría un poco la boca para tragar una gota de aire, se sonrió, movió los labios nombrando al parecer un nombre y cayó cinco peldaños abajo al infierno del metro.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Recuerdo de Viaje

Que me recuerdes,
viajero entre los arboles de tus sueños,

construyendo amor de manos y alma,
que me recuerdes de barro,
de entramado de espinas y ramas,
de huesos y de sangre.

Y te recordaré
entre las miradas de las rocas del mar
en el gritar de un pájaro en picada,
te recordaré de agua salada
de briza y viento,
de besos y humedad.



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