jueves, 30 de agosto de 2012

Tanques por la Mañana

                Ese día en la mañana, mi papá estaba con nosotros, yo estaba contento y algo extrañado, a esa hora mi padre debería estar trabajando, pero la puerta que daba a la calle estaba cerrada, encadenada por dentro, como nunca.  Poníamos una cadena por fuera, cuando salíamos, pero cuando estábamos dentro nunca estaba cerrado, nunca cerrábamos,  solo la puerta del jardín estaba cerrada con candado, pero ahora que me acuerdo, en esos años todavía no teníamos puerta en el jardín.     
                Se sentía ruido afuera, perros ladrando y vehículos. Algunos gritos se colaban por entre las murallas de tablas.  Mi padre tomaba desayuno en la mesa de la cocina con nosotros, él se había duchado hace poco, hacía frío y la taza de té humeaba en la cocina.   Todavía había olor a pan tostado en la cocina. 
-¿Qué pasa? - pregunté por lo que me acuerdo.
- Andan los milicos afuera -  me dijo mi madre - Tu papi no va a salir hoy.
                Solo me acuerdo de eso.  Siempre me acuerdo de eso.  No sé ni cuantos años tenía, pero  eran pocos.  No dijeron nada más o la verdad no me acuerdo de nada más.          
                Yo me acuerdo, que me imaginaba tanques y tanquetas en las calles.  Militares con las caras pintadas, me acuerdo en otras ocasiones haberles visto de esa forma, pero es vez no vi nada, solo me las imaginaba, quizás en realidad no pasaba nada, pero la puerta encadenada y la cara de mi padre me decía que si pasaba algo.  A ratos me imaginaba, quizás solo mesclo los recuerdos y no era mi imaginación, pero creo imaginar a varios sujetos que fusil en mano y brazalete verde en el brazo, con lentes oscuros saltaba de la parte de atrás de una camioneta roja,  rápido se metían a una de las casas  y se llevaban a un hombre, mientras su mujer gritaba desesperada y se llenaba de saliva su boca y sus ojos de lágrimas y daba formidables y roncos gritos que desgarraban su garganta. 
                No me acuerdo que yo sintiera miedo en esos años, tampoco me preguntaba mucho, ni tampoco le preguntaba a alguien nada, finalmente yo vivía mi infancia y mi inocencia, pero el recuerdo no se borró hasta esta fecha en la que escribo.               Lo escribo para contarlo, porque la verdad creo que estas imágenes no se borrarán.  Algún día quizás se terminen mesclando con imágenes vistas, imaginadas, contadas, pero no se borrarán.  Quizás ya están mezcladas.  
                Tengo poco recuerdo de mi padre, este es uno de los pocos, por eso tengo la certeza que es verdad.  Ahora que escribo, creo saber un poco más de lo que viví en esos tiempos.  Ahora creo saber.   
  

jueves, 23 de agosto de 2012

Septiembre 88

                Eran decenas de paracaídas que venían desde el cielo azul de septiembre, daban ganas de bajar del techo y correr hacia donde cayeran, pero al parecer siempre cae  mas lejos de lo que uno piensa, la avioneta bombardeaba el cielo con interesantes juguetes. 
                Yo estaba arriba del techo, en el cuarto de atrás, donde mi papá había tenido un taller de calzado. Al techo le faltaba varias planchas y me gustaba subir entre el empalizado a mirar los otros techos, me gustaba mirar las “Comi” de esas fechas, esperaba algún volantín cortado que pasara el hilo por mi techo.  Nunca pude encumbrar un volantín de forma decente, nunca tuve la paciencia.  El viento nunca fue mi aliado, bueno era más bien lo lerdo que podía ser yo para ese tipo de cosas. Porque me acuerdo que tampoco fui bueno para las bolitas, para el trompo, para la pelota, etc.  Me gustaba subir a lo que quedaba de techo e imaginariamente apostaba al mejor volantín según sus colores y esperaba que pasara la tarde. 
                Esa tarde una avioneta nos bombardeaba con pequeños paracaídas, quería correr para pillar uno, como corrían los niños por los techo por agarrar un volantín cortado.  Mi madre y las vecinas gritaban a los más pelusones, cabros claramente más choros que yo, que eran capaces de correr,  moviendo y quebrando algunos pizarreños que se lloverían en el siguiente invierno.  Y que le importaba bien poco lo que dijeran las viejas, sin ninguna culpa y cero conciencia, se morían burlescamente de risa después de sus pillerías.
                Los paracaídas volaban ahora lejos, caerían más allá del parque quizás, ya se habían quitado las ganas de correr.  Pero tenía la duda y tuve ganas de tener uno.
                A esa hora ya el sol se caía por entre los techos de la Emergencia, los volantines se elevaban siempre, casi siempre, hacia el noroeste y tenían que sortear los cables y árboles para llegar arriba. Costaban algunas monedas, pero agarrar uno que había sido cortado en batalla parecía ser más valioso.  Ahora si venía con hilo curado mejor aún.
                Ya había perdido la curiosidad por los paracaídas.  No me interesaba lo que traían, sino lo que decían.  Pero a esa altura en realidad ya no me interesaba nada.  Bajaría, pero ahora para ir a juntarme con mis amigos, a un par de cuadras de mí casa.

                Allá estaban ellos, mirando como los más grandes “curaban” hilo. Ya habían aporreado un tarro con un tubos fluorescente que habían molido y lo habían echado dentro, lo habían machacado hasta hacer polvo de vidrio.  El tarro retorcido, plano casi, no dejaba ver ninguna partícula de vidrio.  La cola caliente humeaba en una pequeña cacerola vieja y el dueño del hilo pasaba una punta atreves  de un corcho de garrafa.  Otro de los grandes, el “Sordo” Pato, intentaba sacar el vidrio molido desde la lata. 
                Algunos de mis amigos corrieron a las “pescas”, un “Pavo” de los grandes iba cortado y caería supuestamente en el callejón de Venecia aunque siempre pasaban de largo y terminaban en las industrias del callejón, pero igual entretenía correr quizás pescar el hilo.
                Ya de vuelta se volvieron a instalar a mirar el proceso de la “Cura”. Miraban mientras tiraban tallas y se burlaban de algo o de alguien, apoyado en la muralla, uno al lado del otro.    El ovillo de hilo estaba dentro de la olla, impregnándose de la cola, atrás venia otro de los grandes con el corcho sacando el exceso de pegamento y más atrás el dueño del hilo, llevaba en sus manos un cartón, con el vidrio molido.  Al hilo, con el pegamento le quedaban adheridas pequeñas partículas de vidrio, y lo enrollaban entre dos árboles a la distancia de unos buenos metros.  Varias vueltas se dieron entre los árboles, parando cada cierto tiempo, para ver los resultados, para arreglar el vidrio, para mirar la cola o el ovillo. Varias vueltas ante la atenta mirada de nosotros los más chicos.
               
                Un niño, más chico aún, jugaba con un volantín de plástico. Nunca fueron buenos los volantines de plástico, ni con mucho estampado, ni con muchos colores, los mejores eran de papel volantín y con buenos maderos.  El volantín decía “NO” y tenía un arcoíris  de colores, no lo pudieron elevar el niño y su padre, solo ganó unos metros desde el suelo, luego les ganó la paciencia.
                Desde el callejón venían los de Colchero, “Los Cochinos” les decíamos. Uno de ellos traía un paracaídas de esos que habían soltado desde la avioneta, uno de ellos venían jugando con el juguete, pasaron por el lado nuestro, no dijeron nada, eran menos esta vez.  Yo lo miré atentamente, el paracaídas decía con letras azules “Si” con una estrella como punto de la “i” y de él colgaba una bolsa de arena. 
                La campaña me  molestaba.   Me molestaba más, desde que mi madre había hecho tapar las consignas que mi hermano mayor había escrito en la muralla de nuestra pieza.  La había hecho tapar no sin antes sermonear a mi hermano. Retándolo y advirtiéndole que no podía escribir esas cosas en la casa. ¿Qué pasaría si entran los pacos a la casa, le preguntaba ella? Y mi hermano la miraba y no contestaba.
                Nos bombardearon con juguetes cuando éramos niños y queríamos jugar.  Esa tarde era septiembre, era once y nos entraríamos temprano.       

miércoles, 22 de agosto de 2012

Soldado

                Revienta tu luz, en la voz del eco, en tu cabeza,  levanta tu palabra hasta la caída del sol en el horizonte.  Caída que oscurece, estremece, cunde el hielo en la columna fría de tu espalda encorvada, helada del miedo negro.
                Hunde la palabra en la sangre que huele a mentiras, que dispara glóbulos de acero que hieren las piernas débiles de niños fuertes.   Húndela en la conciencia de tu violencia.
                Di la palabra y cava la tumba del que fuiste. Despierta la risa dormida en llanto. Todos es más claro de este lado. Ven y  di la palabra primero adentro. Di eso que revienta la coraza, de la falsa lucha. 
                Cuanto trabajo, cuanta guerra síquica, cuanta verdad necesitas para llenar por dentro, lo que ya está lleno. 
                La mentira de la historia que te contaron. La mentira de los métodos y procesos que creíste. Las palabras que no entiendes, que dicen otros que te llenan de huevos de sangre tus ideas propias.  Que llenan de mentiras miedos tus sueños.
                Suelta esa palabra que amarra, grita tu llanto apagado y despierta del sueño amargo.  Liberaremos las armas pájaros y letras.  Las balas del sol de un guitarra y la pólvora de una idea.                 

miércoles, 8 de agosto de 2012

Quizás un verso.

                No sé como comenzar, decir una frase simple, inteligente, que describa lo que siento.
Quizás un verso.
                No sé.  Conocer la lucha de otros, hace que yo vea mi lucha más simple,  más sencilla, porque gracias a la lucha de ellos, lo mío es un poco más justo.  El desafío está en frente porque fácil sería mirar al suelo, pero siempre pongo el desafío en frente,  así me enseñaron.  Agradezco que mi lucha sea más justa a todos ellos.  Mi madre, mis abuelas, mis tíos, mis hermanos y por supuesto ahora mi compañera, su familia y principalmente mi hijo.  Todos ellos me han entregado fuerza para enfrentar cada paso.
                A todos ellos los invito desde siempre a que llenen mi espacio, los invito a todos a que celebren conmigo, acá dentro de mi corazón de madera, que llenen con luz los rincones de mi familia, que embellezcan con su presencia mi hogar. Invito a aquellos que no están en otra parte, solo aquí adentro y que tengo la única absoluta certeza de su felicidad por nuestro logro.  Que mantengo el recuerdo vivo y que no los olvido, a pesar del tiempo.        
                Que decir.
Quizás un verso.
Inmerso,
en lo más soñado
de mis vigilias.

Les ofrezco mis manos jóvenes,
que se cubran de arrugas,
de cicatrices viejas.
Si con ellas construyen,     
sus sueños.

Les ofrezco  mis ojos,
rojos y felices
si con ellos verán sus sueños
que son los míos.

Ofrezco mis palabras y 
quizás un verso.

Agosto 8, 2012
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