miércoles, 17 de enero de 2018

Retiro de Televisores (Soplón)

En la rejilla del metro estaba el papel arrugado, enganchado con unos alambres de púas, ahora ya no tenía importancia, él se había liberado de ese mal entendido en el contrato como había dicho Gabriel, su jefe directo, pero él sabía que no había mal entendido, el contrato decía claramente su función netamente técnica. Era lógico, o al menos llenos él lo entendía de esa forma, que el contrato estaba llenos de palabras disfrazadas, él era un simple soplón; un sapo informante de Central Nacional de Inteligencia. Ningún papel diría esto último, ni nada parecido. Nada quedaría registrado en ninguna parte. Nada de los informes de movimientos, anotaciones de patentes, números de casa y departamentos, números de teléfono, itinerarios, horas y comidas de ciertos sospechosos. Tampoco las formas de revisar cuentas, tachos de basura, ni del como averiguaba cualquier estupidez que se le ocurriera a Gabriel. Ningún contrato diría lo que él hacia realmente. La infiltración era parte de sus funciones reales, nunca hablaron de lo que era o no legal. Si solo se lo hubiesen insinuado al principio, jamás hubiese aceptado un trabajo así. Él se lo repitió una y otra vez, le preocupaba lo que estaba haciendo, sabía que en el algún minuto este tipo de trabajo se acabaría. Por aquí y por allá había escuchado de secuestro y torturas, pero él no creía en eso al principio, pero ya se estaba revolviendo tanto la olla, que a veces salían a flote una que otra cabeza de pescado, pero prefería seguir haciéndose el desentendido. El necesitaba trabajar y su madre cada cierto tiempo le decía; que debería llegar a su casa y poder abrazar a su pequeño hijo, sin remordimientos y con la conciencia limpia. Por lo que cada vez que llegaba a su casa y besaba o abrazaba a su niño, se le venía el recuerdo, como una espina en la sien y así, internamente, medía su nivel de conciencia, como un examen de culpa diario.




En la mañana de hoy, cuando quiso quejarse, Gabriel no lo dejó, no lo escuchó. Le ofreció unos bonos medios extraños, le dijo que tenía unos televisores que debía ir a buscar y si él lo acompañaba le pasaban un restito de plata.


Ahora, se le revolvía el estómago solo pensar que esa a esa misma hora, irían a buscar a Sergio, un militante que había seguido muy de cerca, una persona a la cual él no le había podido comprobar ningún atisbo de delito, ninguna falta, no había conversado con el fulano. Sin embargo, lo conocía y había vivido un poco su vida. Sabía lo que hacía, con quien comía; muchas veces se subió al metro y a los buses con él. Sus manos se llenaban de sudor tibio cuando pensaba en el destino del sujeto. Andrés Jorquera es el verdadero nombre del pobre imbécil se lo repetía mentalmente, con esas palabras, mientras alimentaba más el odio por Gabriel. Le venían a la mente, las direcciones que frecuentaban, la familia, los amigos. 



Quería llegar luego a su casa, abrazar y jugar un rato con su hijo y dormir lo que quedaba de la tarde y no pensar en nada, quería ver a sus hermanos y a su madre, olvidar y volver al quiosco a vender diarios y cigarrillos sueltos, por muy miserable que fuera vivir del sencillo de otros, sus entrañas no los dejaba respirar, su dedos temblaban como su pensamiento. Se recordó cómo le gritó en la cara a Gabriel su renuncio, se sintió aliviado unos segundos, pero casi de inmediato la ansiedad lo atrapó, quiso llegar a su casa, desaparecer de ese lugar y aparecer debajo del nogal de la casa de su madre, no quería entender ni que lo entendieran, ni explicar ni que le explicaran, quería su libertad de esos espacios cerrados, la seguridad de su familia, un beso tibio, pero ya iba camino a casa, decidido y apurado, nervioso y temblando.



***





Explotaron en vuelo unas pocas palomas a la entrada del metro. Sus ojos rojos de rabia, pena quizás. Sintió el disparo de una cámara fotográfica, y vio a un hombre corriendo escaleras abajo. Un dolor intenso en la espalda y en su pecho le impedían respirar, el buscaba en su bolsillo las monedas para su boleto, mientras miraba hacia el fondo y el hombre que corría desaparecía entre otros rostros. Su camisa se manchaba y las costillas se le apretaban. Intentó llegar con su mano para tocar el dolor y sus monedas se cayeron rebotando sordas en la escalera cubierta de goma, intentó llegar al pasamanos, la gente bajaba y subía a la estación El Llano; todos con lentes oscuros. Su mano le mostró su vida en el reflejo de la sangre, mientras abría un poco la boca para tragar una gota de aire, se sonrió como nervioso, movió los labios nombrando al parecer un nombre y cayó cinco peldaños abajo al infierno del metro en verano.



V1. 4.3.11
V2. 5.1.18


Trayectos


Soplón. 2018



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...