El incesante barrer de hojas del jardinero en otoño, me hace recordar el pisar de hojas en el bosque de eucaliptos, donde jugábamos a construir refugios, cazábamos pequeñas ranas en el estero y mirábamos con algo de temor los hongos gigantes que crecían a la orilla en las paredes húmedas de aquel mágico lugar.
El sigue barriendo, mientras el viento suave y no muy amigo, sigue botando interminables hojas cafés, amarillas, anaranjadas y rojas. El tiene un par de audífonos, la música o lo que escucha parece tenerlo inconsciente de la existencia del viento que hace llover hojas. Quizás tenga la esperanza que el viento pare o la verdad le importa poco, mientras sigue con su mecánico e infinito movimiento. Su traje azul con franjas verdes reflectantes y su pelo cano, rompen el paisaje de su barrer inútil. Tiene un montón de hojas secas que le llega casi a la cintura, su herramienta de barrer no para de moverse y noto que ya no es tan mecánico su barrer, es más bien rítmico, distingo a penas sus labios y su bigote blanco se mueven como en una canción. El tiempo se detiene, el viento también, ella llega y yo paro de escribir en mi libreta, él nunca sabrá lo que escribí.
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