Al final de la Fiesta.
A mis compañeros y compañeras
No sé cómo se llamaba la
población, pero quedaba en La Florida, me acuerdo que no me daba miedo andar
solo por esos lados, ni siquiera de noche. Hoy sí. Quizás tendrá que ver con dónde
y cómo me crié, eso sumado a esa irresponsabilidad adolescente, esa tonta y
linda manera de vivir como si fuésemos indestructibles. Sin miedos.
Un compañero había invitado a su fiesta
de cumpleaños. Tenía algo de popular el cumpleañero. Medio rebelde, bailaba rap en los recreos, hacia
grafitis en su croquera en clases, una especie de galán winner del curso, simpático, buena tela, le iba bien con las minas,
eso decía él, y los estudios no eran su fuerte, en eso le iba mal. Quizás sea duro leer esto, pero es la pura y
santa verdad, bajo nuestros estándares impuestos. No era ninguna lumbrera,
él lo sabía, todos lo sabíamos. Bueno, pero
ese no es el tema, eso daría para otro cuento completo y no me quiero desviar. Lo que sí quería en este texto, es relatar el
instante final de esa fiesta. La pasamos
bien antes del final. Supongo que bailamos, música fuerte, poca conversa, algunas
miradas coquetas, harto humo, luces de colores, piscolas, cervezas, me imagino
que mucho pito, yo no vi tanto, andaba en la mía, compartiendo con los compañeros. El final
de la fiesta tiene algo de belleza inexplicable, algo que recordé varias veces,
pero solo pude darme cuenta ayer, a través de los ojos de mis compañeros, que
no era cualquier recuerdo. Pensé que yo
era uno de los pocos, quizás el único que me acordaba del momento, había tomado
lo típico, pero en la fiesta había estado bien, así que me acuerdo perfectamente
lo que hice. Me acuerdo de no haber
dicho mucho, de haberme quedado tranquilo, disfrutando. Quizás nunca seamos capaces de ver todo los
detalles, porque varios de los que estuvimos en ese minuto, lo vivimos de
manera distinta, pero sin embargo un recuerdo que perdura por veinte años o
más y colectivo, no es algo menor. Creo que estuve en
varios instantes similares en otras fiestas.
Un espacio de sosiego al final de la fiesta, algo de cansancio, pero
tranquilidad, paz y compañía.
Esa noche nos quedamos dentro de
la casa de la fiesta, guarecidos de lo que podía pasar afuera. Ya se había
hecho tarde para salir de ahí, no había locomoción cerca y de todas formas era
peligroso andar por ahí a esas horas. Parece que la población era peligrosa a toda hora,
no sé qué tanto. En fin, muchas escusas
perfectas para quedarnos ahí, juntos y hasta enredados. Algunos sentados en el piso, apoyados su espalda
a la muralla. Otros, entre los brazos de otros. Apoyados quizás en otro
compañero, hombro con hombro. Recostados,
descansando las cabezas en los muslos de
uno o de otra, mirando el techo, o el horizonte oscuro y la luz apagada. La música más baja. Ya no quedaban piscolas, ni
cervezas, ni tampoco las ganas de seguir tomando. Al menos a mí, ya no. Algunas risas, alegatos, quejas, hasta que todo
queda en silencio, en complicidad, de esos pocos y mágicos momentos. De eso nos
acordamos todos. Silencio. Quizás se podía escuchar el suave sonido de los
besos y las risas en murmullos.
A la distancia del tiempo, veo
ahora esa sana y honesta inocencia,
viviendo los mejores años quizás, sin
traiciones, nada de todos esos vicios que entregan: los años, las malas
experiencias, los desaires, los egos, la academia, los divorcios, el trabajo,
la oficina y tanto más. Me acuerdo de
ese silencio que quizás mostraba el no
saber mucho lo que hacíamos, pero que si nos gustaba lo que hacíamos, nos
cuidábamos, nos queríamos, estábamos en la misma.
Quizás no nos podamos poner de
acuerdo en tantas cosas ahora, porque estamos lleno de eso que deja la vida,
arrastramos tantos lastres, dejamos que rencores inútiles que son como verdaderos
gusanos mentales, nos cambien; transformen nuestras esencias. Quizás en eso momentos no teníamos nada,
pero teníamos lo que necesitábamos.
Necesito eso ahora, puede ser una necesidad adolescente, poco madura
quizás. Aquí se pueden reír, pero ¿Cuánto de nosotros dejamos allá, al final
de la fiesta? No es nostalgia inútil esta vez. Es solo atender lo importante,
lo esencial y lo olvidado. No somos una
suerte de preciosas coincidencias, ni tampoco una mera selección natural
azarosa de personas en un lugar cualquiera.
Todos queremos estar ahí, estuvimos ahí con lo que necesitábamos, sin
más, al final de la fiesta. Y cada
cierto tiempo queremos volver a ese lugar común. Y los que queremos, volveremos
cada vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario