Sonaba
Shock de Anita Tijoux en mis audífonos, mientras caminaba por San Diego. Un par de estudiantes del Instituto Nacional
habían subidos en un muro alto por arriba de una puerta metálica, con una palo largo y un tarrito amarrado con
un hilo también largo, pescaban monedas de las personas que pasaban, monedas
para la toma decían. Era como una pesca
milagrosa, y el tarrito sonaba cuando ellos lo movían, se veía simpático,
irónico según yo. Las micros y sus
bocinazos hacían retumbar el paso bajo nivel que atraviesa la Alameda. El olor
a lacrimógena todavía se podía sentir en mi bufanda y yo buscaba donde comprar
un paraguas al paso, aunque no estaba seguro si comprarlo, tenía ganas de
mojarme un rato. La caminata sería larga
aunque por decisión propia. No sé en
realidad si fui yo el que eligió no tomar el metro y caminar hasta pillar la
micro, es que después de gritar tanto y sentir esas emociones, era como
apagarlas aplastándolas en el metro, sumergirlas, tragártelas una vez más, me
pasaba lo mismo que con el paraguas, prefería sentir la lluvia. Creo que la rabia pone los sentimientos a flor
de piel y podía sentir el olor de mi bufanda, sentir los músculos de los muslos
moviéndose, el pavimento en mis zapatos de suelas delgadas, pisando o no las
líneas de la vereda, sentir la lluvia. Quería caminar, disfrutar y pensar, y
que rebotaran en la conciencia un rato más, los gritos. El bajarme en Baquedano como una decisión de
último minuto y sumarme a la marcha había sido una buena decisión, quizás en
otro momento todo lo anterior me hubiese molestado.
Avancé por San Diego y comencé a
sentir un olor a quemado, humo negro se veía detrás de la esquina que venía, Tarapacá,
crucé al frente con mi extremada y aburrida prudencia. Al mirar, había una micro que comenzaba a
arder desde la rueda delantera, estaba casi atravesada en la calle, se sentían
gritos desde el otro lado. El
movimiento de las pequeñas llamas era lento y tenía un sonido de centenares de
pequeños clics, caminé lento para mirar y guardar los detalles, se tiznaba de a
poco la pintura y me quedé en la esquina a mirar. Varios fotógrafos aparecieron
en la esquina, yo tenía ganas que prendiera más, que se formaran llamas
enormes, pero a la vez sentía que se podían quemar las casas cerca o pescar el
árbol y tomar el edificio. Se podían quemar
los cables y quedar a oscuras. Sentía sirenas a lo lejos, y más cerca se escuchaba
el eco del tronar de las piedras al reventar los vidrios del armatoste en
llamas. Escuchaba como bajaban las
cortinas y ponían candados, entre cuchicheos y puteadas soterradas a los
culpables, también escuche al pasar algunas risas. Que bueno hue’on, así nos
vamos pa’ la casa temprano, dijo un hombre al pasar por mi lado en la esquina.
Tenía
sentimientos encontrados. Es el miedo
pienso, el miedo acostumbrado, el miedo del control de antaño, el que introdujo
la iglesia y las normas de la escuela de la Sociedad de Instrucción Primaria y que
yo tanto las quería, a ambas, y que
ahora entre más las conozco, más las critico,
a veces creo que terminaré aborreciéndolas.
El control de la milicia creo que no me hizo mayor daño, no me introdujo
tanto miedo, todo lo contrario, me puso más valiente y sé que puedo ser capaz
de algunas cosas que sin haber estado en la milicia, no me hubiese enterado
nunca. Ahora que escribo y releo esto
último, suena bastante feo y creo que me debería dar al menos un especie recelo. Vivir en población y volverme mayor en ella
puede ser que me haya hecho un miedoso. O tener un hijo, eso si da miedo, en
realidad no es miedo, es más bien responsabilidad por que sabes que alguien
depende de ti, lo que te hace más cuidadoso o en realidad, es el discurso que
escuchado un montón de veces y que quizás terminé creyéndolo, por que suena
lógico.
La
micro se quema ahora por el centro. Del
otro lado del micro, yo nos los veo, solo los escucho, pero hay jóvenes que combaten con los pacos a
piedra y garabatos, ellos también a piedras y con agua del guanaco. Escucho los perros, parecen muchos por el eco
y no han vuelto a lanzar gases por suerte.
Ya retrocedí varios metros, ya
que, vi pasar más de una piedra que
tiraron los mismos pacos. Miro la
micro, miro el fuego y siento esa especie de hipnosis que produce. Salgo por un respiro y digo para mi, ojalá y
se queme toda esta hu’eá, ojalá y se reviente toda esta mierda. Y se me pone la
piel de gallina, parecía que podía sentir como se paraban los pelos y como se
habrían los poros, desde el centro de mi estomago subía por las tripas una
lagartija de emociones, una especie de rabia mesclada con alegría, no sé si adrenalina
quizás.
Todavía
queda algo de culpa. No sé qué canción
sonaba en la radio, tenia puestos los dos audífonos, pero hace rato que no
escuchaba la música. Me los saqué y volví a caminar.
Octubre 2013
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