Pasa la aguja en un vestido claro, sus manos son jóvenes y ágiles cociendo, tejiendo, bordando. Encima de la mesa tiene una pequeña cajita, un costurero, llena de botones e hilos, y una pequeña almohadilla con muchos alfileres y agujas ensartadas. Sin dedal que protegiera sus dedos, con una vista excelente, enhebra la aguja decenas de veces y cruza el género con paciencia agradable, puntada tras puntada, confecciona las pequeñas ropas.
Mientras zurce, le inventa historias a Víctor y a Hortensia que toman té y comen pan con mantequilla sentados a la mesa. Julia y la pequeña Lucy duermen en el dormitorio, a esa hora cálida de las cinco.
La tarde es tibia y el sol anaranjado entra por la ventana que da a la calle y un florero de vidrio grueso, lleno de agua, refleja la luz entre los gladiolos e ilusiones que lo adornan y que esconden las miradas de los niños y la madre. Cose un pequeño vestido para Julia, mientras piensa en que cocinará para la cena, a qué horas llegará Carlos ese domingo.
–“Sopa, ajiaco o albóndigas, o traerá pescado para hacerlo frito. Un poco de arroz con leche para los niños”– pensaba ella sin desviar la vista de la tela y la aguja.
No se cansa, no se queja, sonríe y le cuenta algún chiste a Víctor que suelta una preciosa y feliz carcajada. Desenreda el hilo que se atrapó en el entramado de una cinta roja de raso y Hortensia ya terminó de tomar su té, para que no se fuera a quemar, Lucía se lo había servido en el platillo.
–“¿Quedará parafina para cocinar? Mejor hago algo simple, no más, para no tener que ir a comprar. El arroz está en un rato, así que eso no es problema”– pensaba mientras miraba de reojo a sus niños.
Le falta poco para terminar el vestido y ya son casi las seis, Carlos llegará temprano hoy y el sol se esconde entre los cables y los postes de enfrente de la casa, la que se ensombrece lentamente. Termina las últimas puntadas, remata la costura y enrolla el hilo en sus dedos y lo corta de un tirón. Extiende sus brazos con el diminuto vestido entre sus manos, como para mirarlo bien, mientras estira a su vez la espalda y mueve un poco su cuello.
Ella tomó la cuchara de plaqué, revolvió brevemente su té ya tibio y bebió un par de sorbos. La pequeña Lucia despierta y llora en el dormitorio.
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