No es mi idea justificar nada, ni a nadie, sino más bien buscar respuestas
a algunas preguntas que se me formulan y que me dejan con las palabras en la boca, ya que es largo de explicar. No soy
un académico, ni historiador, ni perito, ni nada de eso. Solo quiero como
ejercicio, hacer un análisis de los
eventos que veo y que vi, y tratar de responder (me) preguntas como: ¿Y por qué
trafican entonces? ¿En qué minuto se perdieron estos cabros? ¿Cómo es que se
pierden familias enteras?
Escalas paralelas
Siempre he pensado en esto desde que vi algo cuando niño: ¿Está bien que
haya un niño desnudo, amarrado a una reja, en la esquina de mi/su pasaje, que un
joven mayor lo vigile para que no se suelte y que no pueda arrancar? ¿Estuvo bien que el
niño estuviera gritando y llorando, y
que los vecinos y vecinas que pasan por el frente (entre ellos yo), no intervinieran
y no dijeran nada? Él no era mi amigo, pero si mi vecino, en plena Legua Emergencia,
y debe haber sido en los años 80. Debo haber tenido 9 ó 10 y él un año más. Yo también era niño y esa escena no se borra
de mi memoria. Y vuelvo a preguntar ¿Está bien que los niños sean maltratados y
que nadie haga nada? ¿Habrá sido un acto de justicia? ¿Habrá sido un arreglo de
cuentas? o como se diría ahora es un simple old & hardocre bulling, (el anglicismo es innecesario lo sé), nunca he podido explicar lo que sucedió ese día. ¿Qué error
cometió, para ese castigo? Creo que pregunté una vez, pero la respuesta tampoco
fue clara.
Vimos muchas otras cosas en esas épocas: policía corrupta allanando
casas; militares llevándose personas; tanques en las calles; hombres de terno y
corbata, armados bajando de camionetas y llevándose a otros hombres entre los
gritos de sus familiares; personas que no tenían para comer y pedían reja por reja
con niños a cuestas, claramente no tenían donde y como bañarse, olían mal. Era común ver familias que no tenían ropas, vestían
mal, no tenían zapatos, y nos pedían a nosotros, los mejor acomodados que
vivíamos ahí entre toda esa injusticia. ¡A nosotros nos pedían alimentos y
ropas¡ Eso nos hacía ver que había gente
en peores condiciones que nosotros y que teníamos la capacidad de ayudar. Tanto así que algunos de mis amigos, ya más de
grande en los ’90, se organizaban para visitar campamentos, llevar alimentos y
juguetes para las navidades o para los inviernos, y por lo que sé, todavía lo siguen
haciendo. Los calificativos que pongo, tienen que ver con la realidad que nos
habían construido ya de forma colectiva, pero eso lo explicaré más adelante. Esto veíamos y a veces nos impactaba, a unos
más que otros.
También vimos al cometa Haley, la bengala del Cóndor, los festivales
de Viña y teletones uno a una, y la sufrimos y disfrutamos según correspondía. La televisión siempre presente como factor de
educación informal. Por supuesto que nos
hipnotizaban con el valor de las cosas, el adquirir, el significado del éxito,
nos mostraba (y nos muestra) quienes deberíamos ser, para ser aceptados, que
deberíamos estudiar, y como debería ser nuestros hogares, y como lograr el estatus deseado según la
marcas que usas. De todas formas,
quizás necesitábamos de esos ritos de teletones, festivales y los partidos de la selección
chilena, quizás era lo único que nos hacía parte de una patria, parte de algo, un
poco de identidad. Así es como la bandera no ha faltado, no falta, ni
faltará. La calle principal de La Legua
hoy tiene cinco banderas en la calle principal. Todo el año. Aunque la patria solo les entregue una
nacionalidad y algunos frágiles derechos. Cuando llegaron desde las tomas, las
salitreras o desde la emergencia habitacional (segregación), llegaron con sus
banderas y con un amor a la patria, tan mal correspondido como lo dice Violeta.
Dormir, comer, jugar, vivir y todo lo anterior, en una pequeña casucha
que llamábamos casa. Y no es más que un conjunto de panderetas y tabiques de
tabla de 36 metros cuadrados sin jardín y un patio de tierra, para guardar
cachureos o hacer una ampliación de unos 4 metros cuadrados más (y quedar sin
patio). Entrelazadas todas con una fachada en común, donde solo nosotros
sabíamos dónde comenzaba una y terminaba
otra. Detrás de las panderetas de madera,
se podía escuchar las fletas que les daban a mis vecinos, o cuando la pareja de
vecinos del otro lado peleaban, discutía a chucha limpia o se golpeaban.
La escala de valores en este lugar, está alterada o más bien es una escala paralela distinta. Una
escala, donde es normal: que el padre viole, mate y asesine, que venda droga;
que las madres, los seres más perfecto para nuestra existencia, sea capaz de
vender drogas, primero para alimentar y vestir a los suyos, luego para darles lo
que ella nunca tubo y finalmente, para darle todo lo que anhelen o exijan,
porque ya los mal acostumbró y es lo que vieron por televisión, y que ni en la
casa, ni en colegio le dijeron que estabas mal.
O al menos no con la fuerza y la moral necesaria, para que ellos
creyeran. Una escala donde se puede
cambiar comida por droga, ropa por droga, etcétera, y donde no hay toda esta moralina o análisis que hago en este momento.
También es común y quizás normal en esta escala y en esos años (quizás
ahora también), que el papá golpee a su pareja
y a la familia completa, la violencia es una forma de educación aceptable, una
forma en imponer tus ideas, tus formas, lo que tú quieres hacer. También puede ser normal que el papá (si es
que aún vive con la familia) se vaya de fiesta y llegue cuando él quiera,
violento o perdido, drogado, pegado en el techo, arriba de la pelota, pegado en
un horizonte. El alcohol y la droga se normalizan,
se hace habitual. También lo hacia tu
abuelo, así que es algo generacional.
Y no solo en la familia propia cambian estos estados “normales” de las
cosas. En el entorno directo también hay extraños cambios de valores morales,
si es que se puede decir de esa manera. También cambian el valor de la cosas, la
cosificación de las vidas de forma inconsciente pero palpable a cada minuto: Un
auto vale más que una persona, un par
de zapatillas vale más que la dignidad, una marca incluso vale más que su
propio valor estético.
Un hombre pasaba cambiando pelotas de goma por zapatos usados, en las
tardes de verano. Siempre hay algo que lo desordena todo y cuesta encontrar los
valores reales de las cosas. Nunca entendí
del todo ese último negocio.
Hablo aquí de violencias, hacinamiento, injusticias, de un mundo paralelo, llenos de factores:
internos y externos; históricos y de futuro, intervenidos y olvidados. Algo que nos gustaría saber y tener la
respuesta, un estado de las circunstancias que nos gusta juzgar bajo nuestros
parámetros de una aceptada normalidad, bajo nuestra escala valórica, si es que otra vez se puede llamar así, estando ellos en otra paralela y distinta.
La Omisión
La institución contribuye con la omisión de las denuncias, el silencio
a veces brutal por parte de las organizaciones y de todo quienes deberían velar
por la integridad en derechos de todos los habitantes, termina naturalizando la
violencia en todas sus formas. Colegios,
iglesias, policías, municipalidades, los distintos ministerios de gobierno,
partidos políticos. Solo rescatar que
hay momentos y personas que si lo hacen, pero que las habitantes no siempre se
enteran.
Luego en el trabajo se
normaliza, el maltrato, la explotación, las situaciones de abusos, afectando
también las escalas de valores. También omitimos, no denunciamos, quienes sufrimos de esto en algún minuto.
En los colegios hay violencias, en los hospitales hay violencias, para
la vejez hay violencias específicas, para la niñez brutales violencias específicas,
también para la mujer en todos estos ámbitos
y más, y otra vez. Podría llenar cuadernos
detallando las violencias que se omiten, las que se callan y las que se
denuncian. Las violencias normalizadas
son muchas, en todas escalas de valores, de todos los estratos sociales. Claramente en algunos sectores, la
normalización de estas violencias es brutal y casi irreversible.
La Caída en el Círculo
Un ser humano, violentado, abusado, marginado, omitido… tiene una baja autoestima, no tiene claridad
mental, tampoco ha sido educado ni en contenidos ni menos aun emocionalmente,
por lo tanto tiene también conductas autodestructivas que ni él entiende y
menos nosotros. Tampoco hacemos
esfuerzos de entender. Ya a esas alturas
está en un círculo vicioso. Una primera
actitud en ese sentido, la primera venta, el primer robo, es reprochada por la
sociedad completa, por su familia en algunos casos, por el mundo laboral que
con una doble moral solo omite lo que no le afecta directamente, el colegio por
incapacidad de atender los casos especiales, las necesidad especiales, y las entidades del estado que dejan fuera,
marginan, desde antes y más ahora, cuando dan el primer paso hacia el
delito. Llegado a eso, se denuncia a
toda voz, olvidando sus propios crímenes de omisión.
Nosotros los jueces, condenamos el acto inmediato, sin ver atenuantes,
antecedentes previos, nada, solo lo inmediato, el aquí y el ahora imperdonable.
Juzgamos y Condenamos.
Memoria Colectiva
La memoria colectiva donde también se construye identidad, traspasa
generaciones. Me explico. Cuando supe lo
que les hicieron a mis abuelos, a mis padres y luego a los pobladores; también
a los abuelos y padres de mis pares, de mis cercanos, se va construyendo una
memoria. No hay casualidades, al
repetirse, pareciera que todo fuese sistemático y no un azar.
No solo se conforma este sentimiento individual, sino que es un
sentimiento colectivo de injusticia. Con
el tiempo va tomando fuerza se prepara para salir. En el peor de los casos eso se transforma en
rabia incomprensible, en desazón de vivir, en violencia, en venganzas.
En el mejor de los casos en construcción, en infinidades de forma de expresión. Todo ese descontento sale de alguna forma. En formas de luchas inimaginables y solas
depende de las oportunidades.
Aquí, bajo estas circunstancias que a tantos les gusta comentar, aquí
no hay medias tintas. Aquí eres chicha o
limoná.
***
Si resumimos un poco: las violencias naturalizadas; las escalas
trastocadas, alteradas; las autoestimas bajas, resultado de dichas violencias;
las malas decisiones que parecen irreversibles; la memoria, la historia, el
sinsentido y los sistemas económicos actuales, que incluyen: la mala educación,
la pésima salud, el miserable trabajo. Todo eso en conjunto, parecieran empujar
y mantener a muchos hombre y mujeres, en un mundo paralelo donde la droga da
sustento a sus sueños, donde ellos no se dan cuenta, que en realidad solo les
destruye sus sueños. Y nosotros desde
este mundo: solo juzgamos, analizamos, condenamos y no hacemos otra cosa. Y no quiero justificar, sino buscar la razón
donde parece que no la hay.
Tarugo y Tonga
18.01.2017
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